Los dos debates electorales que se acaban de producir esta semana ofrecen una buena lección de retórica: en un mundo político dominado por los asesores de imagen y los golpes de efecto, los candidatos que saben ajustar su mensaje a lo que el destinatario espera de ellos, ganan. Por contra, los que buscan conectar con el núcleo emocional de cada uno de los votantes mediante una narración emotiva (storytelling) o mediante elementos auxiliares al debate (fotos, gráficos o incluso pergaminos) se sitúan en una posición muy delicada de la que es difícil salir. En el ámbito político, cada uno es libre de adoptar la estrategia que más le guste: allá ellos con los asesores que pagan. Sin embargo, este es un blog para el ámbito profesional y, en este sentido, sí que nos parece justo advertir de los riesgos que corremos si intentamos trasladar estas estrategias a nuestra práctica cotidiana.
Dediquémonos hoy al storytelling. Esta palabra inglesa es la versión elegante de la narración castellana (del mismo modo que el muffin lo es de la humilde madalena) y hace tiempo que se ha puesto de moda en los gabinetes de comunicación como recurso infalible para conectar. Es cierto que esta idea tiene una base cognitiva cierta: si contamos una historia vamos a generar más atención que si comentamos un reglamento municipal; y si añadimos que es una historia personal, la atención aumentará aún más. Los seres humanos somos así: por eso todas las sociedades, hasta las más primitivas, tienen una mitología y una narrativa propias. Un discurso magistral fundado sobre este procedimiento es el de Steve Jobs en la universidad de Stanford y, animado por este precedente, es muy probable que nuestro profesor en un curso de comunicación nos anime a crear una historia que genere emociones para vender cualquier producto; pero pretender que un caso excepcional se convierta en norma es como hacer esferificaciones de chocolate para la merienda de los niños.
Así que ¡cuidado! Una historia no siempre es una buena historia y una historia a destiempo puede ser un absoluto fracaso. Que se lo digan si no a nuestro anterior presidente del Gobierno y a su famosa niña en los debates de 2008. Se trataba de la intervención final del primer debate cara a cara y Rajoy dilapidó su prestigio como orador insertando una historia emotiva que no se ajustaba nada a su estilo retórico y que ya había sido ofrecida a otro cliente por el asesor político de turno. En el debate del lunes pasado, Rivera utilizó el mismo recurso para su minuto final y, aunque el efecto no fue tan discordante, no se ha librado de las parodias instantáneas porque, lo que no causa emoción, genera burla. Y ese es un riesgo que no nos podemos permitir, porque el prestigio profesional tarda tiempo en construirse pero el ridículo se extiende de manera instantánea.
4 comentarios en “Debates electorales: el que se pasa, pierde”
es fundamental tener un buen equipo de asesores experimentados en esos tipos de debates ya que es necesario realmente involucrase en la problemática del estado para poder hacer una buena campaña electoral así como un buen debate y no caer en historias vanas ya que estarían bien fundamentadas por medio de la comunicación lo cual conlleva a emociones triunfalistas.
Es buena si. hay que ser mas claro para poder llegar al publico nuestro mensaje ,
La buena retórica, por desgracia, no se entiende hoy como poder de la razón, sino de la emoción. Y es lo que explotan los asesores; es verdad que a veces son historias buenas y otras no tanto
Buena noches. pienso que para ser un buen orador tienes que estar preparado y. saber mucho del tema hacer tratado