
Uno de los muchos males que aqueja el sistema escolar español es la ausencia de una educación para argumentar. Y si no he dicho “para hablar” es porque a los españoles no nos hacen falta acicates para comunicarnos ni para comunicar en canal nuestras intimidades ante propios y extraños. La carencia se da en nivel formal del lenguaje, ese en el que se presentan proyectos, se defienden ideas y se construyen sistemas de pensamiento. No es extraño ver a jóvenes licenciados con másteres rutilantes palidecer ante una exposición oral de tres minutos o a valientes bomberos que han arriesgado su vida en innumerables ocasiones recurrir a un tranquilizante antes de dar una simple charla a voluntarios en una reunión de barrio, por citar dos casos que he conocido de primera mano.
Aunque las causas del miedo a hablar en público son complejas y requieren una entrada aparte, no deja de ser evidente que la parálisis se podría paliar con un trabajo desde la escuela, así como que la educación en España no instruye las habilidades orales de una forma reglada. En otros países el sistema educativo sí que cubre este apartado: en Francia se parte de un método que se aplica en las escuelas del país; en Alemania se enseña a los niños a expresar y a confrontar sus opiniones desde pequeños, del mismo modo que en Estados Unidos, donde las ligas de retórica no son solo parte de la vida universitaria, sino que se practican ya desde los diez años.
Nuestro país carece de una enseñanza sistemática de las habilidades orales, lo que produce adultos incapaces de expresar ideas complejas con claridad y fluidez. Esto, a su vez, se traslada a las universidades y a las empresas, afecta a la duración y operatividad de las reuniones de trabajo y permea incluso en el ámbito político, donde la falta de una exigencia retórica por parte de la sociedad permite que cuestiones esenciales de la vida pública no sean respondidas, ni tan siquiera cuestionadas. A modo de ejemplo, en las entrevistas a políticos, incluso las realizadas por periodistas con fama de incisivos, es habitual que el entrevistado no responda a una pregunta incómoda sin que el periodista repregunte porque no hay una presión social para forzar al escapista a volver al redil retórico y enfrentarse a un argumento que le compromete; en otros países, esta estrategia no es permisible y provoca una reacción del entrevistador.
Puede parecer una cuestión secundaria, pero no lo es: una sociedad que no se sabe expresarse bien en el registro formal de una lengua, una sociedad que no exige claridad a sus gobernantes, una sociedad que no convierte sus anhelos y necesidades en planes coherentes y estructurados, es una sociedad menos libre, porque los límites de nuestro lenguaje, como ya dijera Wittgenstein, son los límites de nuestra libertad.
Un comentario en “En la escuela no se habla (donde se debe)”
la secretaria de educación debería de implementar a nivel primaria del sistema educativo en forma progresiva la impartición de las técnicas de habilidades orales ya que es muy común que profesionales altamente calificados tengan la delimitante de hablar en publico, por no tener habilidades orales a temprana edad que le serviría ir perfeccionado sus habilidades.