
Todas las disciplinas científicas tienen a sus héroes, investigadores cuya vida es al menos tan interesante como sus aportaciones. Los físicos cuentan con Richard Feynman; los antropólogos, con la saga de los Leakey pero ¿y los lingüistas? ¿Han sido siempre esos señores aburridos que hojean una gramática con gesto severo y que le echan en cara al resto de la población lo mal que hablan? Iniciamos con esta entrada una serie de lingüistas cuya vida es, por lo menos, tan interesante como la de los científicos que acabamos de mencionar y esperamos que le transmitan al lector una imagen diferente de cómo somos.
Si a alguien se le puede aplicar aquella maldición consistente en vivir en tiempos interesantes, ese fue, sin duda alguna, Roman Jakobson. Este ruso nacido en Moscú en 1896 vivió en primera persona el ambiente de las vanguardias soviéticas en los años previos a la Primera Guerra Mundial y a la revolución comunista. Eran tiempos agitados, en los que los movimientos sociales se vivían con tanta intensidad como los artísticos y en los que el éxito o el fracaso de una exposición dependía de la opinión de genios como el poeta Maiakowski, que podía hundir o ensalzar al autor con una sola frase. En aquella época Jakobson (Roma para los amigos) era un adolescente menor de edad que, para entrar en las exposiciones, tenía que cambiarse el uniforme de escolar por ropa de adulto porque a los jóvenes en pantalones cortos no les estaba permitida la entrada. Pronto Jakobson se integraría en el círculo de los cubofuturistas moscovitas hasta tal punto que, cuando el fundador del futurismo, el italiano Marinetti, acudió a Moscú a dar una conferencia, el traductor de la única reunión entre rusos e italiano fue el joven Jakobson, porque era el único que hablaba tanto ruso como francés. Sobrevolando estas reuniones, como un ave rara y corpulenta, estaba el carismático Maiakowski, con quien Jakobson acabó estrechando una amistad que mantendría hasta el suicidio del gran poeta ruso. Esta relación con los poetas de su generación fue una constante en su vida y es algo que se ha repetido también con otros grandes lingüistas (en el ámbito español, por ejemplo, es conocida la relación entre Emilio Alarcos y los poetas de la generación de los cincuenta).
Con esa base intelectual, no es de extrañar que cuando Jakobson ingresara a la facultad de Historia y Filología de la Universidad de Moscú decidiera fundar, con tan solo dieciocho años, el Círculo Lingüístico de Moscú. Pretendía recolectar cuentos y canciones populares rusos para estudiar la relación entre folklore y lengua pero su primera visita al campo ruso estuvo a punto de costarle la vida: cuando, en plena Primera Guerra Mundial, los mujiks de una apartada aldea vieron a un jovencito bien vestido que no paraba de hacerles preguntas, infirieron que esa actitud solo podía corresponder a un espía alemán y lo encerraron en una habitación para matarlo. Jakobson escapó en el último momento y salvó su vida por los pelos.
Solo dos años después, en una visita a San Petersburgo, estuvo presente en el nacimiento de los llamados formalistas, los primeros críticos literarios del siglo XX. Para que el lector se haga una idea, es como si un físico de principios de siglo hubiera estado presente junto a Einstein en la redacción de la Teoría de la Relatividad y, solo unos años después, hubiera participado en el surgimiento de la teoría cuántica al lado de Heisenberg. No solo eso, también estuvo en San Petersburgo en el momento en el que Lenin llegó de su exilio para volver a Rusia y encabezar la revolución. Uno de sus amigos acudió a la estación y le dijo al volver: “Parece un loco, pero es muy convincente”.
Tras el triunfo de la Revolución, Jakobson siguió frecuentando los círculos literarios, que cambian a golpe de obras maestras, nuevos movimientos, pero también a golpe de purgas políticas. En su libro de memorias, titulado “Mis años futuristas”, cuenta cómo salvó de la persecución a Víctor Shklovski, el padre de los formalistas rusos, acogiéndolo en su casa y obligándolo a disfrazarse para huir. Cuando Sklovski estaba en el departamento de Jakobson, desnudo y rapándose el pelo para no ser reconocido, se dejó caer por casa de Jakobson uno de sus profesores que, ante la insólita imagen de un joven desnudo y calvo se puso a hablar –reacción cien por cien rusa– de manuscritos en ruso antiguo.

No sabemos qué hubiera sido de la vida de Jakobson de haberse quedado en Moscú; tal vez habría acabado siendo un exiliado más. Pero por suerte para él y para la historia de la Lingüística, el Comisariado de Asuntos Exteriores necesitaba en Praga un funcionario con conocimientos de checo, y el joven lingüista los tenía, así que fue contratado para lo que iba a ser una misión corta y que se prolongó desde 1920 hasta 1939, lo que dio lugar a la agrupación más brillante de lingüistas del siglo XX: el Círculo de Praga. Pero ese será el objeto de otra entrada. El día en que Jakobson emprendió su viaje a Praga tenía apenas veinticuatro años.
Un comentario en “LINGÜISTAS QUE VALE LA PENA CONOCER: ROMAN JAKOBSON (I)”
Sin duda alguna la suerte jugó un gran papel en la historia de la lingüistica, para este siglo XX, gracias a este gran personaje Román Jakobson que no deja de sorprender cada vez que se lee sobre él.